PERVIVENCIA
DE LA CIVILIZACIÓN
ROMANA EN NUESTRA TRADICIÓN ORAL: EL ROMANCERO.
Ponencia
presentada por Juan Pablo Alcaide Aguilar, Licenciado en Filología Hispánica
por la Universidad
de Sevilla y Profesor del IES “Castillo de Luna” de la Puebla de Cazalla (Sevilla.
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Hacia Roma caminan dos peregrinos
para que los
case el Papa porque son primos.
De todos nosotros es sabido
cómo la cultura latina, en toda su
extensión y en muchas de sus manifestaciones, ha dado origen y regado durante
siglos cada uno de los aspectos de nuestra civilización hispánica. Comenzando
por la lengua (alguno diría que hoy hablamos el latín del siglo XXI) Roma
inundó casi toda nuestra península de todo su saber, su pensamiento y su
tecnología.
De algunas de estas facetas nos han
hablado y nos seguirán hablando de manera especial los insignes conferenciantes
que tan espléndidas están haciendo y harán estas jornadas.
Yo quisiera brevemente hablaros de un
aspecto que, en un principio, os pueda parecer insignificante y sorprendente,
pero que considero puede ayudarnos a entender cómo Roma ha dejado entre
nosotros un río subterráneo lleno de su sentir y de su ser; inapreciable en un
momento, pero hermano y cercano a nosotros.
Y para ello entro específicamente en
el terreno de nuestra literatura, tan amable y tan deudora de la latina, como
ésta lo fue a su vez de la griega.
Nuestra historia literaria está
sembrada de las huellas de la literatura latina que secularmente fue un
referente para nuestros escritores.
En la Edad Media , basten
algunos ejemplos, Alfonso X el Sabio y su Escuela de Traductores de Toledo se
sirvieron de toda la mitología e historiografía grecorromanas para escribir a su modo la Grande
e General Estoria. Nuestro enigmático autor del Libro de Buen
Amor nos aconsejaba siguiendo a los filósofos clásicos, posiblemente a
Aristóteles, lo siguiente:
Del mal toma lo
menos, dice el sabidor,
por ende de las mujeres la mejor es la menor.
Qué decir del noble marqués de
Santillana, quien, entre serranilla y serranilla, aprendió de la filosofía
estoica para hablarnos de su Bías contra Fortuna. O qué de
nuestro sorprendente autor de La
Celestina , el converso Fernando de Rojas, imitador,
además de otras, de la comedia romana para la creación de su inmortal obra.
El Renacimiento nos abrió de par en
par todo el mundo grecorromano.
¿Qué habría sido de Garcilaso, y de
toda su escuela de seguidores, sin su locus amoenus, sin sus pastores,
sin sus personajes mitológicos? ¿Dónde y con quiénes nos habríamos emocionado
tan dulcemente? ¿Qué de tanto Fray Luis, de tanto Góngora, de tanto Quevedo, de
tantos otros que sabiamente nos adoctrinaron con su hoy tan extendido y al mismo tiempo tan incomprendido carpe
diem, o su beatus ille?.
Y así, y perdonen que no me
extienda, a lo largo de siglos nuestra literatura se llenó unas veces (como las
citadas) de una manera clara y tajante, otras tal vez más subterránea, de lo
mejor de la literatura latina.
Y es aquí en donde quisiera yo
detenerme y ofrecerles mi aportación a estas jornadas. Hablarles quiero de un
aspecto que, de una manera aparentemente insignificante y poco llamativa, ha
servido para que Roma dejara otra vez más y sin darnos cuenta su impronta, su
sello personal en nuestra tradición literaria, y más concretamente en un
universo literario de los más originales, personales y ricos de toda la
literatura universal: nuestro ROMANCERO
PANHISPÁNICO (con mayúsculas), que aún hoy después de varios
siglos de duro batallar se sigue extendiendo, canto a canto, verso a verso, a
ambas orillas del Atlántico.
Nuestro Romancero, del que los
románticos europeos que viajaron por España en el Siglo XIX decían era
imprescindible, junto al Quijote, para conocer el alma española,
tuvo su origen en la Edad
Media , fruto de la fragmentación de los antiguos cantares de
gesta, por los que el pueblo pierde cierto interés, debido quizá a su enorme
extensión (sólo el Poema de Mío Cid casi alcanzaba los 4.000 versos) solicitándose de los
juglares fragmentos y futuras composiciones más breves pero llenas de igual
menera de un carácter épico-lírico que los ha marcado desde entonces hasta
nuestros días, llegando a ser algo natural y propio de nuestra literatura de
tradición oral.
A partir del siglo XV, nuestro
Romancero se enriquece buscando nuevos temas que, aunque de procedencia
libresca, eran del gusto popular. Con la aparición de la imprenta, alcanzaría
una extensión desconocida hasta entonces, publicándose libros exclusivos de
dicha creación; aparecen también letras de romances en distintos libros de
música, lo que delata su popularidad, incluso entre la clase intelectual
privilegiada; y se hacen ampliamente conocidos entre las clases populares a
través de lo que se llamaron las hojas volanderas o pliegos sueltos, ediciones
de pocas hojas (lo que abarataba su producción) que las gentes de nuestro
pueblo han saboreado desde principios del siglo XVI hasta casi nuestros días,
con los pliegos sueltos o literatura de ciego o
cordel, que nuestros abuelos y padres
compraban a las puertas de las plazas e iglesias tras haber escuchado al
“romancero-juglar” cantar el romance de turno.
El Siglo de Oro trajo el esplendor a
este género literario; a él se acercan los escritores más afamados de la época:
Lope, Góngora, Quevedo... A veces aparecen sin firmar estas composiciones
llegando a popularizarse en la tradición oral posterior.
El siglo XVIII supuso el refugio de
nuestro Romancero en la memoria popular; en el XIX investigadores y eruditos
volvieron a su estudio y difusión y algunos de nuestros afamados poetas, como Antonio Machado, aprendió a leer
en las páginas de algunas colecciones romancísticas, y otros, como Juan Ramón
Jiménez, lo identificó con la estrofa
española por excelencia.
Se alcanza el momento cumbre en este
aspecto de erudición en los primeros años del siglo XX cuando don Ramón
Menéndez Pidal elevó a categoría sin par la recogida, conocimiento y
difusión de la tradición oral de nuestro anónimo Romancero, siempre vivo y
agonizante después de tantos siglos. Desde entonces se han hecho estudios y recogidas en toda
España, en Hispanoamérica e incluso entre los judíos sefardíes, cuyas
comunidades andan repartidas por enclaves de la cuenca mediterránea, e incluso
en los Estados Unidos, Rusia o Israel.
Dejo aquí los aspectos más generales
de mi estudio y comienzo con mi “caso”.
La tradición moderna de nuestro
Romancero ha perdido casi por completo el gusto por los romances épicos e
históricos, al estar tan distantes y ser tan ajenos a lo actual, creando, eso
sí, otros romances de asunto local, humilde y campesino: en definitiva, los
asuntos familiares, los amoroso-sexuales y los ejemplares o moralizantes
aglutinarían la aparente diversidad temática del romancero oral de tradición
moderna. Todos estos temas se adoptan a la ideología del pueblo cantor que los
transmite y recrea.
Y así de esta manera, temas,
personajes, motivos y asuntos relacionados con la cultura, la mitología y la
literatura romanas han llegado a nuestros días a través de algunos romances,
tanto de tradición oral como libresca.
Veamos algunos:
1.-El primero, y aunque de origen
griego y no romano, es el romance de EL RAPTO DE ELENA que, en versiones
modernas localizadas en Canarias y entre los judíos sefardíes, cuenta el
instante mismo del rapto en el que Paris ofrece y promete a la doncella un
manzano maravilloso (simbología del amor) en lugar del navío cargado de oro,
tal como aparece en las versiones del siglo XVI. Y así lo apreciamos en la
siguiente versión:
-¿De dónde es este
caballero tan humilde y cortesano,
con su rodilla en el suelo y su sombrero en la mano?
-Yo soy
Parisio, señora, Parisio el enamorado,
por la tierra soy ladrón, por el mar un gran corsario,
y tengo
siete navíos, todos siete a mi mandato;
en el más chiquito
de ellos tengo un manzano plantado,
que echa manzanitas de oro tres navidades al año.
-Ese manzano,
Parisio, merece ser visitado.
-Vamos a bordo,
señora, vamos a ver el brocado.
-¿O ese manzano,
Parisio, que tanto me has alabado?
-Señora, usted
es el oro, su criada es el brocado
y yo soy el
manzanero en su corazón plantado.
-Echame en tierra,
Parisio, Parisio y descomulgado,
de los reinos de
la gloria te veas desheredado.
-Iza vela,
marinero, ya está la presa en la mano.-
Caminó con doña
Ilena y también con sus criadas
y con algunas
amigas que en su compaña llevaban.
(Versión
dicha por Pedro Palenzuela, de 59 años de edad,
y
recogida en 1934 en La Caleta
de Interián (Tenerife).
2.-Otro caso que apuntamos es el
romance de LAS SEÑAS DEL MARIDO, tal como aparece
en esta versión.
-Soldadito, soldadito, ¿de dónde ha venido usted?
-De la guerra,
señorita, ¿qué se le ha ofrecido a
usted?
-¿Ha visto usted a mi
marido que en la guerra está también?
-Si lo he visto no me
acuerdo déme usted razón de él.
-Mi marido es alto,
rubio, alto, rubio, aragonés,
en la punta de la
espada lleva un pañuelo francés,
otro que le estoy
bordando y otro que le bordaré.
-Por los datos que me ha
dado su marido muerto es,
siete meses enterrado en casa de un coronel.
-Siete años
esperando y otros siete esperaré,
si a los catorce no ha
venido solita me quedaré.
-Calla, calla,
Isabelita, calla, calla, Isabel,
que yo soy tu
marido y tú eres mi mujer.
(
Versión cantada por Consuelo Varo Moreno,
el 20 de
setiembre de 1983, en La Puebla
de Cazalla).
Conocidísimo
todavía en el romancero panhispánico debido a que se ha convertido en una
canción infantil que la mayoría de nosotros conoceríamos desde pequeños. En él,
una joven pregunta a un soldado por las señas de su esposo ido también a la
guerra, respondiéndole aquél, tras conocer los detalles de su físico y de su
indumentaria, que sí lo ha conocido y que muerto era en lejanas tierras; la
joven, triste tras esa desgraciada noticia, promete guardarle fidelidad hasta
la muerte; es en ese mismo momento cuando el soldado, alegre por la fidelidad
de la joven , se da a conocer como su esposo. No hace falta comentar la
claridad con la que la historia de la vuelta de un desconocido e irreconocible
Ulises a su patria se trasluce en este conocidísimo romance.
3.-Otro nuevo caso lo apreciamos en
el romance de TARQUINO Y LUCRECIA, ejemplo de la
presencia de temas romanos en el Romancero, romance que apareció ya publicado
en el Cancionero de 1550:
Aquel rey de los romanos que
Tarquino se llamaba
enamoróse de
Lucrecia, la noble y casta romana.
Tras ir a su casa, en el silencio de
la noche, la amenaza con la espada si no se deja seducir; ante la negativa de
ella, el rey la amenaza con matar a un negro, dejarlo en su cama y acusarla de
dormir con él. Al fin consigue deshonrarla y volver para Roma; después,
Lucrecia, tras dar detalles de los hechos a su esposo Colativo, acaba con su
vida clavándose una espada. Aquél lleva el cadáver a una plaza de Roma donde
pide venganza al pueblo que al fin mata al soberbio rey e incendia su casa.
Este romance erudito ha dejado
restos en la tradición oral sefardí, más conservadora en temas y detalles.
Nótese cómo el romance es rehecho en
el comienzo de otro, llamado AMNÓN Y TAMAR, que narra las relaciones
incestuosas de los así llamados hijos del rey David, que se han trasladado, en
la mayoría de las versiones modernas a las mismas relaciones incestuosas de los
hijos de un rey moro, al que, por el peso de la influencia del romance de tema
romano, se llama casi siempre en dichas versiones con el nombre de Tarquino.
Y dice y suena así:
Rey moro tenía un hijo que Tarquino se llamaba,
un día en altas
mares se enamoró de su hermana.
Viendo que no podía
ser cayó malito en la cama.
Subió el padre a
visitarlo: -¿Qué tienes, hijo del alma?-
-Una calenturita,
padre, que me lleva en cuerpo y alma-.
-¿Quieres que te guise un ave de ésas que crían en casa?-
-Padre, guísemela
usted, que me la suba mi hermana.-
Como era en el
verano subía en enaguas blancas,
la cogió por la
cintura y la echó sobre su cama:
-¿Qué me vas a hacer tú, Tarquino, mira que yo soy tu hermana?-
Con un pañuelito
blanco la carita le tapaba.
A eso de los cinco
meses el padre la recreaba:
-Padre, ¿qué me mira usted?- -Hija, no
te miro nada.
Lo que te miro y te
digo que has de ser muy desgraciada.-
La culpa tuvo
Tarquino que no miró por su hermana.
(Versión cantada por Encarnación Ayora Castro,
en Marchena, en febrero de 1981).
El nombre de Tarquino ha quedado
como el nombre de una persona perversa, malvada, forzador de una joven esposa,
y en el romance de TAMAR como el violador de su propia hermana. Pero además se
le añade un dato más muy significativo. Tarquino no es ya un rey de Roma, sino
el hijo de un rey moro, con las connotaciones racistas y xenófobas que ello
acarrea, producto quizá de tantos siglos de pugna y de relaciones amor-odio
entre cristianos y musulmanes en esta España nuestra.
Nuestra tradición oral moderna ha
olvidado el doble origen, romano uno y bíblico el otro, de ambos romances, pero
hace permanecer y asociar el nombre de Tarquino al de ser perverso. Hasta el
punto de que, en el romance de LA BODA ESTORBADA , cuando la esposa que ha salido
vestida de romera a buscar a su marido
ido a la guerra, lo encuentra, éste, desconcertado le dice:
/.../-Eres el demonio
Tarquino, que me has salido a buscar.
-No soy el demonio Tarquino, que soy tu mujer natural,
que el hijo que me
dejaste ya dice papá y mamá./.../
Producto de tantas contaminaciones
propias de nuestro Romancero y del peso que tiene ese perverso y maligno nombre
de Tarquino.
4.-Y qué decir del romance de MIRA NERO DE TARPEYA A ROMA CÓMO SE ARDÍA, en
el que se narran las atrocidades del incendio de dicha ciudad a manos del
terrible emperador Nerón, mientras, como dice el texto romancístico, “gran
deleite recibía”.
5.-Un nuevo caso es el romance de BLANCAFLOR
Y FILOMENA, uno de los
más extendidos en la tradición
moderna,romance en el que queremos aundar más extensamente que en el
anterior.
El romance recrea el mito de Tereo
(rey de Tracia), Progne y Filomela, que Ovideo incluyó en su Metamorfosis.
Es posible que como el romance de EL RAPTO DE ELENA se inscriba entre los
poemas medievales surgidos de relatos clásicos. La historia se mantiene en gran
medida fiel al mito griego, si bien se ha olvidado por completo su desenlace (la
metamorfosis de los personajes en pájaros, golondrina y ruiseñor ellas, en abubilla él, ha sido
sustituida por una advertencia de carácter moralizante).
Veámoslo y
escuchémoslo en la siguiente versión:
Por la bahía
de Cádiz se pasean dos doncellas,
una
era Blancaflor y la otra Filomena.
Se pasea
un caballero con gran caudales y hacienda,
se enamora de
Blancaflor, sin despreciar a Filomena.
El
tío era de tropa y se ha marchado a su
tierra,
ha
celebrado la boda y se ha casado con
ella.
Y a la venida para acá se ha llegado en casa la suegra:
¿Cómo se anda de
salud? -¿Y mi hija, cómo queda?
-Por eso ha sido mi
venida, por mi cuñada Filomena,
que su hermana está en la
cama y la quiere tener a su vera.
-¿Cómo te deja venir
mi hija siendo mocita y doncella?,
que el hijo del rey
la quiere para casarse con ella.
-Si yo le
hiciera algo, aborrezco mis caudales,
aborrezco mis
caudales, aborrezco mi hacienda,
y si notengo
bastante aborrezco la cabeza
-Pues siendo así,
Tarquinito, a tu cuñada te la llevas,
para que asista a su
hermana al lado de la cabecera.
- Con Dios se quedáis, vecinas, que mi cuñado me lleva,
que mi hermana está en la
cama, me quiere traer a su vera.-
A la salida
del pueblo me la ha llenado de piedras:
-Eres el demonio,
Tarquino, el demonio que lo intenta,
que mi hermana es tu
mujer y yo tu cuñada muerta.
-No soy el demonio Tarquino ni el demonio que lo intenta.-
A la subida de un
cerro, a la verita de una cuesta,
la ha echado abajo del
caballo, usó su gusto con ella;
después de haberla
gozado hizo un hoyito en la arena,
viva le
sacó los ojos, viva le sacó la lengua,
medio cuerpo le ha
enterrado, medio le ha dejado fuera:
-Se presentara un pastorcillo, criado de Dios que fuera,
para escribirle una
carta a mi hermana que la lea.-
Estando en estas
palabras el pastorcillo se presenta:
-No traigo pluma ni
tinta, me los he dejado en la sierra,
lo que traigo un
papelito metido en la esfardiquera.
Mi lengua sirva de
pluma, mis ojos de tinta negra,
para escribirle una
carta a mi hermana que la lea.
Se presentara un
aguilita criada de Dios que fuera,
para llevarle
esta carta a mi hermana que la lea.-
Estando en estas palabras el aguilita se presenta,
la ha cogido por
el pico y allá vuela que vuela.
Como era en el
verano estaba sentadita en la puerta,
y tuvo tan
buen tino que en la espalda se la echa.
Empezó ella a leerla,
del susto tuvo un mal
parto; se la ha frito en cazuela
para cuando llegue
Tarquino la mesa la tenga puesta.
Estando apartando del fuego, Tarquino llama en la puerta:
-¿Qué me tienes de
cenar? -La mesa la tienes puesta.-
A la primera
tajada: -¿Qué carne tan dulce es ésta?
-Más dulce era la honra de mi hermana Filomena.
-¿Quién te ha traído esa
orden, quién te ha traído esa muestra?
-Me la trajo un
aguilita, criada de Dios que era.-
Ha cogido un
cuchillito que estaba encima la mesa,
le ha dado siete
puñaladas y le ha cortado la cabeza:
-Para que pagues la
honra de mi hermana Filomena.-
(Versión cantada por Josefa García Muñoz,
en Arahal, el 18 de abril de 1994).
En los textos romancísticos, como el
que hemos escuchado, el protagonista (¡otra vez Tarquino¡) carga con toda la
culpa de la historia: es el violador
incestuoso de su cuñada y, con su acción, el
asesino indirecto de su propio
hijo. Por el contrario, las mujeres se presentan como víctimas inocentes a
lo largo de todo el relato, pues el hijo que Blancaflor
ofrece a su marido en tan truculenta cena nació muerto por la noticia del
crimen de Filomena, con lo que la madre queda exenta de culpa, al contrario de
lo que ocurrió en el mito clásico, en el que la madre Procne, tras conocer la
violación de su esposo Tereo en la persona de su hermana, mata a su propio hijo
Itis y se lo ofrece en comida a su esposo.
Los nombres de los protagonistas
aparecen bastante estables en la tradición: Progne es, la más de las veces,
Blancaflor, y Filomela es Filomena. Tereo recibe nombres muy diversos, siendo
el de Tarquino el más frecuente, arquetipo del violador en el romancero
tradicional moderno.
6.-Finalmente hablaremos del romance
de LA
INFANTICIDA , de origen incierto y quizá el más truculento
de nuestro romancero. Se trata de un tema vulgar aparecido muy tardíamente y
muy extendido por toda la península.
Se relaciona con el horrible crimen,
y la posterior comida de la víctima descuartizada con mitos solares, como el de
Osiris, dios egipcio de la resurrección, símbolo de la fertilidad y
recuperación del Nilo, y también con la cena de Tiestes. Éste sedujo a la mujer
de Atreo, su hermano y rey de Micenas, quien para vengarse mandó asesinar a los
hijos de aquél y se los presentó en un festín.
Oigámoslo:
Rey
moro tenía un hijo que Francisco se
llamaba,
se le ha ocurrido un
viaje de Sevilla para Granada,
mientras el padre fue y
vino la madre al niño mataba,
y le ha sacado la
lengua y a los perros se la echaba.
Los perros, tan
obedientes que en el suelo la dejaban:
-¿Qué haremos con esta lengua?, haremos una fritada
-¿Qué haremos con esta lengua?, haremos una fritada
para cuando venga el
padre que se la encuentre guisada.-
Apartándola del fuego el padre en la puerta llama,
lo primero que
pregunta por su niño de su alma:
-Siéntate, Francisco, y
come, que el niño en la calle anda,
como es tan
pequeñito en los mandados se tarda.-
Y estando el padre
comiendo la lengua en el plato habla:
-No comas, padre, no
comas, no comas de mis entrañas,
que esta madre que
tengo hace falta asesinarla,
con un cuchillo de
acero que le atraviese hasta el alma.-
La madre, al
oír eso, se ha encerrado en una sala,
pidiendo el demonio a
voces que la saquen de su casa,
pidiendo el demonio a
voces, y allí enterraran su alma.
Versión
cantada por Rosario González Sánchez,
en febrero de 1994, en Paradas.
La madre adúltera y criminal aparece
en numerosas historias tradicionales, y su figura, indiferente al dolor de su
propio hijo, al que no duda descuartizar y guisar, llegando en algunas
versiones a beber su propia sangre, recuerda mitos relacionados con la
hechicería y la magia negra.
Hacemos finalmente una reflexión
general y diremos que los temas, personajes, motivos y asuntos relacionados con
la cultura grecorromana llegan a nosotros, a veces revisados por el sistema de
valores que ha establecido nuestro pueblo: una somera revisión de los
personajes del romancero de la tradición moderna nos permite comprobar cómo
todos o algunos de ellos (extraídos de la cultura y literatura grecorromanas,
como Tarquino, Lucrecia, etc.) “carecen propiamente de individualidad (tanto si
llevan, como si no llevan nombres propios), son siempre semánticamente
definibles, pues, tipifican categorías de seres humanos”.[1]
Estos personajes no son seres
realmente caracterizados en su individualidad, sino que más bien se presentan
como SÍMBOLOS y sus hechos tienen un
significado universal: el amor fiel, el abuso sexual, el asesinato, el incesto
y otros. En ellos se encarnan ideas generales, pasiones y deseos humanos de
todos los tiempos, frustraciones y apetencias de siempre, aunque fueran
extraídas de Roma, de la Biblia
o de lo acaecido en el pueblo vecino.
Personajes sin claroscuros,
presentados sin matices, contienen, en algunos casos, rasgos sicológicos muy
notables. Para Joaquín Díaz “quizá provenga de esta abstracción psicológica, de
esta sencillez primitiva, la arcaica grandeza y el feroz dramatismo que tantos
romances poseen. En suma, ofrecen características “ejemplares”, es decir que se
hallan relacionados, de una u otra forma, con los principios arquetíticos que
mueven y sensibilizan el alma humana”[2].
En definitiva, el Romancero recoge y
recrea aquellos asuntos que tienen una aplicación general en circunstancias
semejantes y en cualquier momento histórico: en ello y en otros casos nos
acercamos a Roma. Estos asuntos están vigentes en una sociedad de una determinada clase y a lo
largo de su historia, ya que los principios generales en los que se basa esa
sociedad concreta permanecen inalterables en lo esencial.
Y es así (digo y he dicho) cómo
Roma, en otra más de sus variantes, llega hasta nosotros antigua y nueva a la
vez.
Y como en aquella única y hermosa lengua se decía: SI UOS UALETIS EGO
UALEO (si vosotros estáis bien, yo también lo estoy).
Juan Pablo Alcaide Aguilar.