domingo, 23 de marzo de 2014

La presencia de Roma en el Romancero. Algunas muestras en recogidas en la comarca de la campiña sevillana

         PERVIVENCIA DE LA CIVILIZACIÓN ROMANA EN NUESTRA TRADICIÓN ORAL: EL ROMANCERO.
Ponencia presentada por Juan Pablo Alcaide Aguilar, Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y Profesor del IES “Castillo de Luna” de la Puebla de Cazalla (Sevilla.

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                                          Hacia Roma caminan    dos peregrinos
                                    para que los case el Papa    porque son primos.

            De todos nosotros es sabido cómo  la cultura latina, en toda su extensión y en muchas de sus manifestaciones, ha dado origen y regado durante siglos cada uno de los aspectos de nuestra civilización hispánica. Comenzando por la lengua (alguno diría que hoy hablamos el latín del siglo XXI) Roma inundó casi toda nuestra península de todo su saber, su pensamiento y su tecnología.
           
            De algunas de estas facetas nos han hablado y nos seguirán hablando de manera especial los insignes conferenciantes que  tan espléndidas están haciendo  y harán estas jornadas.

            Yo quisiera brevemente hablaros de un aspecto que, en un principio, os pueda parecer insignificante y sorprendente, pero que considero puede ayudarnos a entender cómo Roma ha dejado entre nosotros un río subterráneo lleno de su sentir y de su ser; inapreciable en un momento, pero hermano y cercano a nosotros.

            Y para ello entro específicamente en el terreno de nuestra literatura, tan amable y tan deudora de la latina, como ésta lo fue a su vez de la griega.

            Nuestra historia literaria está sembrada de las huellas de la literatura latina que secularmente fue un referente para nuestros escritores.

            En la Edad Media, basten algunos ejemplos, Alfonso X el Sabio y su Escuela de Traductores de Toledo se sirvieron de toda la mitología e historiografía grecorromanas  para escribir a su modo la Grande e General Estoria. Nuestro enigmático autor del Libro de Buen Amor nos aconsejaba siguiendo a los filósofos clásicos, posiblemente a Aristóteles, lo siguiente:

                        Del mal toma lo menos,    dice el sabidor,
                       por ende de las mujeres    la mejor es la menor.
                       
            Qué decir del noble marqués de Santillana, quien, entre serranilla y serranilla, aprendió de la filosofía estoica para hablarnos de su Bías contra Fortuna. O qué de nuestro sorprendente autor de La Celestina, el converso Fernando de Rojas, imitador, además de otras, de la comedia romana para la creación de su inmortal obra.

            El Renacimiento nos abrió de par en par todo el mundo grecorromano.

            ¿Qué habría sido de Garcilaso, y de toda su escuela de seguidores, sin su locus amoenus, sin sus pastores, sin sus personajes mitológicos? ¿Dónde y con quiénes nos habríamos emocionado tan dulcemente? ¿Qué de tanto Fray Luis, de tanto Góngora, de tanto Quevedo, de tantos otros que sabiamente nos adoctrinaron con su hoy tan extendido  y al mismo tiempo tan incomprendido carpe diem, o su beatus ille?.

            Y así, y perdonen que no me extienda, a lo largo de siglos nuestra literatura se llenó unas veces (como las citadas) de una manera clara y tajante, otras tal vez más subterránea, de lo mejor de la literatura latina.

            Y es aquí en donde quisiera yo detenerme y ofrecerles mi aportación a estas jornadas. Hablarles quiero de un aspecto que, de una manera aparentemente insignificante y poco llamativa, ha servido para que Roma dejara otra vez más y sin darnos cuenta su impronta, su sello personal en nuestra tradición literaria, y más concretamente en un universo literario de los más originales, personales y ricos de toda la literatura universal: nuestro ROMANCERO PANHISPÁNICO (con mayúsculas), que aún hoy después de varios siglos de duro batallar se sigue extendiendo, canto a canto, verso a verso, a ambas orillas del Atlántico.

            Nuestro Romancero, del que los románticos europeos que viajaron por España en el Siglo XIX decían era imprescindible, junto al Quijote, para conocer el alma española, tuvo su origen en la Edad Media, fruto de la fragmentación de los antiguos cantares de gesta, por los que el pueblo pierde cierto interés, debido quizá a su enorme extensión (sólo el Poema de Mío Cid casi alcanzaba  los 4.000 versos) solicitándose de los juglares fragmentos y futuras composiciones más breves pero llenas de igual menera de un carácter épico-lírico que los ha marcado desde entonces hasta nuestros días, llegando a ser algo natural y propio de nuestra literatura de tradición oral.

            A partir del siglo XV, nuestro Romancero se enriquece buscando nuevos temas que, aunque de procedencia libresca, eran del gusto popular. Con la aparición de la imprenta, alcanzaría una extensión desconocida hasta entonces, publicándose libros exclusivos de dicha creación; aparecen también letras de romances en distintos libros de música, lo que delata su popularidad, incluso entre la clase intelectual privilegiada; y se hacen ampliamente conocidos entre las clases populares a través de lo que se llamaron las hojas volanderas o pliegos sueltos, ediciones de pocas hojas (lo que abarataba su producción) que las gentes de nuestro pueblo han saboreado desde principios del siglo XVI hasta casi nuestros días, con los pliegos sueltos o literatura de ciego o  cordel, que nuestros abuelos y padres  compraban a las puertas de las plazas e iglesias tras haber escuchado al “romancero-juglar” cantar el romance de turno.

            El Siglo de Oro trajo el esplendor a este género literario; a él se acercan los escritores más afamados de la época: Lope, Góngora, Quevedo... A veces aparecen sin firmar estas composiciones llegando a popularizarse en la tradición oral posterior.

            El siglo XVIII supuso el refugio de nuestro Romancero en la memoria popular; en el XIX investigadores y eruditos volvieron a su estudio y difusión y algunos de nuestros afamados  poetas, como Antonio Machado, aprendió a leer en las páginas de algunas colecciones romancísticas, y otros, como Juan Ramón Jiménez, lo identificó con la estrofa  española por excelencia.

            Se alcanza el momento cumbre en este aspecto de erudición en los primeros años del siglo XX cuando don Ramón Menéndez Pidal elevó a categoría sin par la recogida, conocimiento y difusión  de la tradición oral de  nuestro anónimo Romancero, siempre vivo y agonizante después de tantos siglos. Desde entonces  se han hecho estudios y recogidas en toda España,  en Hispanoamérica e incluso   entre los judíos sefardíes, cuyas comunidades andan repartidas por enclaves de la cuenca mediterránea, e incluso en los Estados Unidos, Rusia o Israel.

            Dejo aquí los aspectos más generales de mi estudio y comienzo con mi “caso”.

            La tradición moderna de nuestro Romancero ha perdido casi por completo el gusto por los romances épicos e históricos, al estar tan distantes y ser tan ajenos a lo actual, creando, eso sí, otros romances de asunto local, humilde y campesino: en definitiva, los asuntos familiares, los amoroso-sexuales y los ejemplares o moralizantes aglutinarían la aparente diversidad temática del romancero oral de tradición moderna. Todos estos temas se adoptan a la ideología del pueblo cantor que los transmite y recrea.

            Y así de esta manera, temas, personajes, motivos y asuntos relacionados con la cultura, la mitología y la literatura romanas han llegado a nuestros días a través de algunos romances, tanto de tradición oral como libresca.

            Veamos algunos:

            1.-El primero, y aunque de origen griego y no romano, es el romance de EL RAPTO DE ELENA que, en versiones modernas localizadas en Canarias y entre los judíos sefardíes, cuenta el instante mismo del rapto en el que Paris ofrece y promete a la doncella un manzano maravilloso (simbología del amor) en lugar del navío cargado de oro, tal como aparece en las versiones del siglo XVI. Y así lo apreciamos en la siguiente versión:

                           
                        -¿De dónde es este caballero   tan humilde y cortesano,
                              con su rodilla en el suelo   y su sombrero en la mano?
                                -Yo soy Parisio, señora,   Parisio el enamorado,
                                por la tierra soy ladrón,   por el mar un gran corsario,
                                      y tengo siete navíos,   todos siete a mi mandato;
                           en el más chiquito de ellos   tengo un manzano plantado,
                        que echa manzanitas de oro   tres navidades al año.
                                 -Ese manzano, Parisio,   merece ser visitado.
                              -Vamos a bordo, señora,   vamos a ver el brocado.
                            -¿O ese manzano, Parisio,  que tanto me has alabado?
                                -Señora, usted es el oro,   su criada es el brocado
                                   y yo soy el manzanero   en su corazón plantado.
                          -Echame en tierra, Parisio,  Parisio y descomulgado,
                             de los reinos de la gloria   te veas desheredado.
                                     -Iza vela, marinero,   ya está la presa en la mano.-
                              Caminó con doña Ilena   y también con sus criadas
                                 y con algunas amigas   que en su compaña llevaban.

                                    (Versión dicha por Pedro Palenzuela, de 59 años de edad,
                                             y recogida en 1934 en La Caleta de Interián (Tenerife).       


            2.-Otro caso que apuntamos es el romance de LAS SEÑAS DEL MARIDO, tal como aparece en esta versión.
                           

                            -Soldadito, soldadito,   ¿de dónde ha venido usted?
                           -De la guerra, señorita,  ¿qué se le ha ofrecido a usted?
                 -¿Ha visto usted a mi marido   que en la guerra está también?
                 -Si lo he visto no me acuerdo   déme usted razón de él.
                      -Mi marido es alto, rubio,   alto, rubio, aragonés,
                        en la punta de la espada    lleva un pañuelo francés,
                    otro que le estoy bordando   y otro que le bordaré.
              -Por los datos que me ha dado   su marido muerto es,
                             siete meses enterrado    en casa de un coronel.
                            -Siete años esperando    y otros siete esperaré,
                 si a los catorce no ha venido    solita me quedaré.
                          -Calla, calla, Isabelita,    calla, calla, Isabel,
                             que yo soy tu marido    y tú eres mi mujer.

                                   ( Versión cantada por Consuelo Varo Moreno,
                                     el 20 de setiembre de 1983, en La Puebla de Cazalla).

            Conocidísimo todavía en el romancero panhispánico debido a que se ha convertido en una canción infantil que la mayoría de nosotros conoceríamos desde pequeños. En él, una joven pregunta a un soldado por las señas de su esposo ido también a la guerra, respondiéndole aquél, tras conocer los detalles de su físico y de su indumentaria, que sí lo ha conocido y que muerto era en lejanas tierras; la joven, triste tras esa desgraciada noticia, promete guardarle fidelidad hasta la muerte; es en ese mismo momento cuando el soldado, alegre por la fidelidad de la joven , se da a conocer como su esposo. No hace falta comentar la claridad con la que la historia de la vuelta de un desconocido e irreconocible Ulises a su patria se trasluce en este conocidísimo romance.

            3.-Otro nuevo caso lo apreciamos en el romance de TARQUINO Y LUCRECIA, ejemplo de la presencia de temas romanos en el Romancero, romance que apareció ya publicado en el Cancionero de 1550:

                                Aquel rey de los romanos   que Tarquino se llamaba
                                    enamoróse de Lucrecia,   la noble y casta romana.

            Tras ir a su casa, en el silencio de la noche, la amenaza con la espada si no se deja seducir; ante la negativa de ella, el rey la amenaza con matar a un negro, dejarlo en su cama y acusarla de dormir con él. Al fin consigue deshonrarla y volver para Roma; después, Lucrecia, tras dar detalles de los hechos a su esposo Colativo, acaba con su vida clavándose una espada. Aquél lleva el cadáver a una plaza de Roma donde pide venganza al pueblo que al fin mata al soberbio rey e incendia su casa.

            Este romance erudito ha dejado restos en la tradición oral sefardí, más conservadora en temas y detalles.           

            Nótese cómo el romance es rehecho en el comienzo de otro, llamado AMNÓN Y TAMAR, que narra las relaciones incestuosas de los así llamados hijos del rey David, que se han trasladado, en la mayoría de las versiones modernas a las mismas relaciones incestuosas de los hijos de un rey moro, al que, por el peso de la influencia del romance de tema romano, se llama casi siempre en dichas versiones con el nombre de Tarquino.
           
            Y dice y suena así:

                           Rey moro tenía un hijo   que Tarquino se llamaba,
                            un día en altas mares   se enamoró de su hermana.
                       Viendo que no podía ser   cayó malito en la cama.
                     Subió el padre a visitarlo:  -¿Qué tienes, hijo del alma?-
                        -Una calenturita, padre,    que me lleva en cuerpo y alma-.
              -¿Quieres que te guise un ave   de ésas que crían en casa?-
                       -Padre, guísemela usted,   que me la suba mi hermana.-
                          Como era en el verano   subía en enaguas blancas,
                           la cogió por la cintura   y la  echó sobre su cama:
     -¿Qué me vas a hacer tú, Tarquino,   mira que yo soy tu hermana?-
                       Con un pañuelito blanco   la carita le tapaba.
                       A eso de los cinco meses   el padre la recreaba:
               -Padre, ¿qué me mira usted?-   -Hija, no  te miro nada.
                        Lo que te miro y te digo   que has de ser muy desgraciada.-
                        La culpa tuvo Tarquino   que no miró por su hermana.

                                   (Versión cantada por Encarnación Ayora Castro,
                                                     en Marchena, en febrero de 1981).
           
            El nombre de Tarquino ha quedado como el nombre de una persona perversa, malvada, forzador de una joven esposa, y en el romance de TAMAR como el violador de su propia hermana. Pero además se le añade un dato más muy significativo. Tarquino no es ya un rey de Roma, sino el hijo de un rey moro, con las connotaciones racistas y xenófobas que ello acarrea, producto quizá de tantos siglos de pugna y de relaciones amor-odio entre cristianos y musulmanes en esta España nuestra.

            Nuestra tradición oral moderna ha olvidado el doble origen, romano uno y bíblico el otro, de ambos romances, pero hace permanecer y asociar el nombre de Tarquino al de ser perverso. Hasta el punto de que, en el romance de LA BODA ESTORBADA, cuando la esposa que ha salido vestida de romera a  buscar a su marido ido a la guerra, lo encuentra, éste, desconcertado le dice:

                         /.../-Eres el demonio Tarquino,   que me has salido a buscar.
                          -No soy el demonio Tarquino,   que soy tu mujer natural,
                                que el hijo que me dejaste    ya dice papá y mamá./.../

            Producto de tantas contaminaciones propias de nuestro Romancero y del peso que tiene ese perverso y maligno nombre de Tarquino.

            4.-Y qué decir  del romance de MIRA NERO DE TARPEYA A ROMA CÓMO SE ARDÍA, en el que se narran las atrocidades del incendio de dicha ciudad a manos del terrible emperador Nerón, mientras, como dice el texto romancístico, “gran deleite recibía”.

            5.-Un nuevo caso es el romance de BLANCAFLOR Y FILOMENA, uno de los   más extendidos en la tradición  moderna,romance en el que queremos aundar más extensamente que en el anterior.

            El romance recrea el mito de Tereo (rey de Tracia), Progne y Filomela, que Ovideo incluyó en su Metamorfosis. Es posible que como el romance de EL RAPTO DE ELENA se inscriba entre los poemas medievales surgidos de relatos clásicos. La historia se mantiene en gran medida fiel al mito griego, si bien se ha olvidado por completo su desenlace (la metamorfosis de los personajes en pájaros, golondrina y  ruiseñor ellas, en abubilla él, ha sido sustituida por una advertencia de carácter moralizante).

            Veámoslo y escuchémoslo en la siguiente versión:


                                     Por la bahía de Cádiz   se pasean dos doncellas,
                                          una era Blancaflor   y la otra Filomena.
                                     Se pasea un caballero   con gran caudales y hacienda,
                             se enamora de Blancaflor,   sin despreciar a Filomena.
                                          El tío era de tropa   y se ha marchado a su tierra,
                                      ha celebrado la boda   y se ha casado con ella.
                                   Y a la venida para acá   se ha llegado en casa la suegra:
                               ¿Cómo se anda de salud?   -¿Y mi hija, cómo queda?
                            -Por eso ha sido mi venida,   por mi cuñada Filomena,
                   que su hermana está en la cama   y la quiere tener a su vera.
                         -¿Cómo te deja venir mi hija   siendo mocita y doncella?,
                           que el hijo del rey la quiere   para casarse con ella.
                                      -Si yo le hiciera algo,   aborrezco mis caudales,
                                aborrezco mis caudales,   aborrezco mi hacienda,
                                     y si notengo bastante   aborrezco la cabeza
                        -Pues siendo así, Tarquinito,   a tu cuñada te la llevas,
                      para que asista a su hermana   al lado de la cabecera.
                   -  Con Dios se quedáis, vecinas,   que mi cuñado me lleva,
                que mi hermana está en la cama,   me quiere traer a su vera.-
                                  A la salida del pueblo   me la ha llenado de piedras:
                       -Eres el demonio, Tarquino,   el demonio que lo intenta,
                      que mi hermana es tu mujer   y yo tu cuñada muerta.
                     -No soy el demonio Tarquino   ni el demonio que lo intenta.-
                              A la subida de un cerro,   a la verita de una cuesta,
                   la ha echado abajo del caballo,   usó su gusto con ella;
                         después de haberla gozado   hizo un hoyito en la arena,
                                    viva le sacó los ojos,   viva le sacó la lengua,
                   medio cuerpo le ha enterrado,   medio le ha dejado fuera:
                    -Se presentara un pastorcillo,   criado de Dios que fuera,
                            para escribirle una carta   a mi hermana que la lea.-
                          Estando en estas palabras   el pastorcillo se presenta:
                           -No traigo pluma ni tinta,   me los he dejado en la sierra,
                            lo que traigo un papelito   metido en la esfardiquera.
                         Mi lengua sirva de pluma,   mis ojos de tinta negra,
                           para escribirle una carta   a mi hermana que la lea.
                           Se presentara un aguilita   criada de Dios que fuera,
                              para llevarle esta carta   a mi hermana que la lea.-
                         Estando en estas palabras   el aguilita se presenta,
                             la ha cogido por el pico   y allá vuela que vuela.
                              Como era en el verano   estaba sentadita en la puerta,
                                  y tuvo tan buen tino   que en la espalda se la echa.
                                                                       Empezó ella a leerla,
                     del susto tuvo un mal parto;   se la ha frito en  cazuela
                   para cuando llegue Tarquino   la mesa la tenga puesta.
                   Estando apartando del fuego,   Tarquino llama en la puerta:
                        -¿Qué me tienes de cenar?   -La mesa la tienes puesta.-
                                 A la primera tajada:   -¿Qué carne tan dulce es ésta?
                           -Más dulce era la honra   de mi hermana Filomena.
               -¿Quién te ha traído esa orden,   quién te ha traído esa muestra?
                           -Me la trajo un aguilita,   criada de Dios que era.-
                            Ha cogido un cuchillito   que estaba encima la mesa,
                      le ha dado siete puñaladas    y le ha cortado la cabeza:
                      -Para que pagues la honra   de mi hermana Filomena.-

                                     (Versión cantada por Josefa García Muñoz,
                                                      en Arahal, el 18 de abril de 1994).


            En los textos romancísticos, como el que hemos escuchado, el protagonista (¡otra vez Tarquino¡) carga con toda la culpa de la historia: es el  violador incestuoso de su cuñada y, con su acción, el  asesino indirecto de su  propio hijo. Por el contrario, las mujeres se presentan como víctimas inocentes a lo  largo de  todo el relato, pues el hijo que Blancaflor ofrece a su marido en tan truculenta cena nació muerto por la noticia del crimen de Filomena, con lo que la madre queda exenta de culpa, al contrario de lo que ocurrió en el mito clásico, en el que la madre Procne, tras conocer la violación de su esposo Tereo en la persona de su hermana, mata a su propio hijo Itis y se lo ofrece en comida a su esposo.

            Los nombres de los protagonistas aparecen bastante estables en la tradición: Progne es, la más de las veces, Blancaflor, y Filomela es Filomena. Tereo recibe nombres muy diversos, siendo el de Tarquino el más frecuente, arquetipo del violador en el romancero tradicional moderno.

            6.-Finalmente hablaremos del romance de LA INFANTICIDA, de origen incierto y quizá el más truculento de nuestro romancero. Se trata de un tema vulgar aparecido muy tardíamente y muy extendido por toda la península.
           
            Se relaciona con el horrible crimen, y la posterior comida de la víctima descuartizada con mitos solares, como el de Osiris, dios egipcio de la resurrección, símbolo de la fertilidad y recuperación del Nilo, y también con la cena de Tiestes. Éste sedujo a la mujer de Atreo, su hermano y rey de Micenas, quien para vengarse mandó asesinar a los hijos de aquél y se los presentó en un festín.

             Oigámoslo:

                         Rey moro tenía un hijo   que Francisco se llamaba,
                          se le ha ocurrido un viaje   de Sevilla para Granada,
                     mientras el padre fue y vino   la madre al niño mataba,
                            y le ha sacado la lengua   y a los perros se la echaba.
                       Los perros, tan obedientes    que en el suelo la dejaban:
             -¿Qué haremos con esta lengua?,   haremos una fritada
                      para cuando venga el padre   que se la encuentre guisada.-
                               Apartándola del fuego   el padre en la puerta llama,
                           lo primero que pregunta   por su niño de su alma:
                    -Siéntate, Francisco, y come,   que el niño en la calle anda,
                              como es tan pequeñito   en los mandados se tarda.-
                   Y estando el padre comiendo   la lengua en el plato habla:
                    -No comas, padre, no comas,   no comas de mis entrañas,
                         que esta madre que tengo   hace falta asesinarla,
                           con un cuchillo de acero   que le atraviese  hasta el alma.-
                                  La madre, al oír eso,   se ha encerrado en una sala,
                     pidiendo el demonio a voces   que la saquen de su casa,
                     pidiendo el demonio a voces,   y allí enterraran su alma.

                              Versión cantada por Rosario González Sánchez,
                                              en febrero de 1994, en Paradas.

            La madre adúltera y criminal aparece en numerosas historias tradicionales, y su figura, indiferente al dolor de su propio hijo, al que no duda descuartizar y guisar, llegando en algunas versiones a beber su propia sangre, recuerda mitos relacionados con la hechicería y la magia negra.

           


            Hacemos finalmente una reflexión general y diremos que los temas, personajes, motivos y asuntos relacionados con la cultura grecorromana llegan a nosotros, a veces revisados por el sistema de valores que ha establecido nuestro pueblo: una somera revisión de los personajes del romancero de la tradición moderna nos permite comprobar cómo todos o algunos de ellos (extraídos de la cultura y literatura grecorromanas, como Tarquino, Lucrecia, etc.) “carecen propiamente de individualidad (tanto si llevan, como si no llevan nombres propios), son siempre semánticamente definibles, pues, tipifican categorías de seres humanos”.[1]

            Estos personajes no son seres realmente caracterizados en su individualidad, sino que más bien se presentan como SÍMBOLOS y sus hechos tienen un significado universal: el amor fiel, el abuso sexual, el asesinato, el incesto y otros. En ellos se encarnan ideas generales, pasiones y deseos humanos de todos los tiempos, frustraciones y apetencias de siempre, aunque fueran extraídas de Roma, de la Biblia o de lo acaecido en el pueblo vecino.

            Personajes sin claroscuros, presentados sin matices, contienen, en algunos casos, rasgos sicológicos muy notables. Para Joaquín Díaz “quizá provenga de esta abstracción psicológica, de esta sencillez primitiva, la arcaica grandeza y el feroz dramatismo que tantos romances poseen. En suma, ofrecen características “ejemplares”, es decir que se hallan relacionados, de una u otra forma, con los principios arquetíticos que mueven y sensibilizan el alma humana”[2].

            En definitiva, el Romancero recoge y recrea aquellos asuntos que tienen una aplicación general en circunstancias semejantes y en cualquier momento histórico: en ello y en otros casos nos acercamos a Roma. Estos asuntos están vigentes en  una sociedad de una determinada clase y a lo largo de su historia, ya que los principios generales en los que se basa esa sociedad concreta permanecen inalterables en lo esencial.

            Y es así (digo y he dicho) cómo Roma, en otra más de sus variantes, llega hasta nosotros antigua y nueva a la vez.

            Y como en aquella única y  hermosa lengua se decía: SI UOS UALETIS EGO UALEO (si vosotros estáis bien, yo también lo estoy).



                                                        Juan Pablo Alcaide Aguilar.

                                  













[1]    CATALÁN,Diego. Teoría general y metodología del Romancero pan-histórico. Catálogo General Descriptivo, CGR, 1,A.. Madrid, SMP, 1984, pág.20
[2]    DÍAZ, Joaquín y otros. Catálogo Folklórico de la Provincia de Valladolid. 2 tomos.Valladolid, 1978-1979, pág.38